sábado, 7 de agosto de 2010

DÍA 1 DE AGOSTO

Mientras el metro me acerca al aeropuerto, me doy cuenta de que, por primera vez, mi maleta se ha cerrado bien, y que yo no recuerdo cuál es la combinación. Pienso en mi encuentro con los policías unas horas más tarde en la aduana bostoniana: si no sé cuál es la combinación del candado de mi maleta, quizás es que la maleta no es mía. Así que me pongo a tantear todas las posibilidades: son combinaciones de tres números. No puede ser tan difícil. Sin embargo, es en la ristra de los 8 donde encuentro la combinación. Por fin, satisfecho y sudando demasiado para ser temprano, llego al aeropuerto. Allí decido que la voy a envolver en plástico. Tengo que esperar treinta minutos, y comienzo a preocuparme por la cola interminable que hay en los mostradores de FranceAirlines, KLM y Delta (las tres compañías operan juntas). Así, tras pagar 6 euros por un pedazo de plástico, debo esperar otros 30 minutos en la cola para la facturación. Ok, no pasa nada. Voy a Estados Unidos. Por fin, la facturo y entro en la zona de embarque; pero antes debo pasar por un control: tengo que quitarme incluso el cinturón. Un policía me requisa mi Red Bull y una botella de agua porque cada una supera los 100ml. Tiro el agua y me bebo el Red Bull. Son las 8:50 de la mañana. Avanzo a mi puerta de embarque y me encuentro con otro control. No pasa nada –me repito–, lo supero sin muchos problemas. En la zona de tránsito de Amsterdam, debo pasar por otros 3 controles más de policía. Uno de ellos, en el segundo control, lleva a cabo un interrogatorio: que dónde voy, que cuánto tiempo, que en qué trabajo, etc. Al final, parece que le he convencido y me desea que tenga un buen curso en Boston. El tercero es el último grito en la fashion de los controles: debes estar tres segundos con los brazos en alto, dentro de una máquina especial que te ve hasta los restos del semen (si los tuvieres, que no es mi caso, porque yo soy un chico muy limpio). Sin embargo, mi cuerpo da positivo: la maquinita ha detectado cosas en los bolsillos. Intento sacarlas, pero un poli me dice que quieto parao, que para eso está él. Y comienza el sobeteo en las zonas cercanas a la ingle. Ok: auriculares y un cacao. No soy peligroso. Por fin, subo al avión, un Airbus 330 (DL0231) con destino al Logan International Airport of Boston, MA.
EL VIAJE: por supuesto las azafatas hablaban sólo inglés, pero un inglés muy cerrado. Eso hizo que durante ocho horas no hablara con nadie en el avión. ¿Mi compañera de asiento? Era una mujer americana de origen oriental que parecía no poder hablar con nadie de nada. Sólo sonreía: a mí, a las azafatas, a los otros pasajeros. Muy simpática, la señora. Una azafata tenía un acento de algún pueblo perdido en algún condado de Arkansas. Y, por su rostro, parecía que estuviera a punto de decirnos algo gracioso. Pero nadie se rió.
Bueno, ya llegué a Estados Unidos. Mis pies ya pisan suelo americano. Durante el vuelo, nos dieron un papel que teníamos que rellenar y entregar más tarde en la aduana. Vale. Sin embargo, ante el policía hay más problemas: me pregunta el nombre de la escuela en la que voy a estudiar. No me acuerdo, y me pongo muy nervioso. Con gran diligencia, intento coger mi pasaporte, que está bajo la mano del poli, éste reacciona violentamente y comienza a gritarme no sé qué coño de blablablas. Interpreto que yo no debo tocar nada de su espacio vital, y es entonces cuando me doy cuenta de que es el momento de entregar la I-20. ¿Que qué es la I-20? Es el documento que la escuela te envía para que los estudiantes puedan conseguir la Visa. En ella está el nombre de la Escuela: ELC (English Language Center). Ufano, se lo doy. Y él asiente con seguridad: voy por buen camino. Luego me pide las hojas, en plural. Pero yo sólo tengo una. Me dice que debo salir de la cola, ir al final, junto a la pared y coger un formulario blanco, no verde, blanco. Bien, voy al final, pero sólo hay formularios verdes. Y yo relleno uno verde. Cuando me doy la vuelta yo no hay ningún pasajero. Estoy solo frente a doce o quince policías. No pasa nada –me digo-: me acerco al mío y le entrego el formulario verde rellenado. Me dice que ése no es: es el blanco. Le respondo que no hay blancos. Él, ya relajado, sale de la garita y me acompaña, como si fuera una azafata, a encontrar los blancos. Y, joder, están allí donde antes sólo había verdes. Ok, relleno el blanco, que es idéntico al verde, excepto por el color. Por fin, le entrego el papelito blanco al poli. Abre el pasaporte, mira mi foto. No le convence, y me exige que me quite las gafas (en la foto del pasaporte no llevo gafas). Mira la pantalla del ordenador, mira mi foto, me mira a mí. Pasan varios minutos, me hace la foto del iris, las huellas digitales de la mano derecha, me desea una feliz estancia, me devuelve mi pasaporte, y por fin puedo ir a recoger mi maleta. Pero… mi maleta no está. Se quedó en Amsterdam. Son las 18:00 horas, hace dos que llegué a Boston. Y estoy en la cola de reclamación de maletas. Parece que Delta decidió que había exceso de equipaje y que muchas maletas debían quedarse en tierra. Pongo mi reclamación ante una muchacha simpatiquísima de El Salvador. Ella me explica todo con gran amabilidad: en 24 horas tendré mi maleta. Bueno, no pasa nada. ¡¡Estoy en Boston!!

1 comentario:

Anónimo dijo...

Jajaja, por fin en América. Muy mala pinta debes tener para que te hayan hecho todo eso. Y eso que más bien eres paliducho, que si llegas a ser moreno, no entras.
Disfruta de tu sueño americano al máximo (si la burocracia te lo permite).