miércoles, 1 de septiembre de 2010

FIN

El día de mi regreso a España fue largo. Aunque el avión salía a las 19:00 horas, pensaba estar en el aeropuerto Logan a las 14:00. Sin embargo, en torno a las 13:00 le pedí a Chris que me llevara a la parada del subway. Estaba convencido de que ya no hacía nada en aquella casa.

Ni con aquella mujer. Ella es la de la derecha.
Así que me llevó no hasta el aeropuerto, como hacen otras muchas "hostfamilies", sino hasta la parada de subway más cercana, Alewife. Esta estación es la última (la primera) de la RedLine. Se denomina así porque se halla cerca del río Mystic, en cuyas aguas habita dicho pez, el alewife, que en español es el pinchaguas.
El caso es que en el aeropuerto, y ya lejos de Lexington y de Chris, compré el Boston Globe Sunday, el New York Times y The economist. En el suplemento "Travel" del Boston dedican un especial a Madrid, y las tapas. No deja de tener su gracia. El suplemento "Book Review" del NYT dedica un especial a un escritor que a mí no me había llamado la atención hasta que descubrí que fue uno de los pocos amigos de Foster Wallace, el sublime y exquisito escritor suicida: Jonathan Franzen. Este escritor acaba de publicar en USA una novela que todo el mundo afirma que es muy muy buena. Y de eso trata gran parte del Book Review del NYT, de "Freedom". Y, entonces decido que cuando llegue a España me la compraré, en inglés, a través de Amazon. Y eso acabo de hacer.
Por otro lado, la maleta pesa 23kilos, exactos. Así que no debo pagar ni un dólar. En cambio, llevo la mochila con tantas cosas dentro que, si me hacen pesarla, no me dejarán subirla a bordo como equipaje de mano. El caso es que paso un primer control de policía: me dice how r ya, toma mi pasaporte, me mira, mira de nuevo la foto, levanta los ojos y se queda fijo en mi rostro, hasta que sonrío y entonces sí, comprende que soy yo quien está en el papel plastificado. Me lo devuelve y me desea buen viaje.
A continuación viene otro control: imito al que va delante de mí. Me quito el cinturón, las chanclas, saco el laptop de la mochila, vacío mis bolsillos en un bandeja, coloco todo encima y paso el control sin que nada pite. Pero el policía detiene la máquina de infrarrojos con mi cosas en su interior. Llama a un colega, hablan un rato, y el colega me dice que no puedo poner el laptop encima de todo lo demás, que debe ir aparte, en otra bandeja. Ok, le digo, y echo mano de mis cosas. Entonces, me dice, sin mirarme a la cara, sólo poniendo su brazo en medio: Don't touch! Digo Sorry. Distribuye mis pertenencias en diferentes cajas y las vuelve a pasar. Todo ok! Extrae una botella de agua que yo olvidé beber, me mira y la tira. Yo sonrío. Me pregunta qué llevo en esa caja de casi 50cms de largo. Le digo que es una Estatua de la Libertad. Es cierto. Le he comprado una a mi madre. Es una estatua bastante kitsch pero que creo que a mi madre le gustará. Apareceré como lo hacían los italianos, cuando le llevaban una estatua de la libertad a su madre, de regreso a Sicilia, y hacían un elogio de la libertad levantando el objeto, como si fuera el último del mundo: con efusividad, como si volviera de un gran triunfo.
El caso es que me dejan pasar. Y ya está. Ya no hay más controles... hasta Amsterdam. Mientras, espero durante varias horas. Como, juego a "Angry birds", me paseo por los diferentes restaurantes de comida rápida que llenan el aeropuerto, me siento, leo, tomo un café, buen, no, no me lo tomo, decido que quiero dormir en el avión, voy tres veces al baño, pero en ninguna hago lo que quiero hacer. Por fin, la gente que esperaba junto a un gran ventanal desaparece. Y tomo mi última foto:
  El aeropuerto mantiene una temperatura agradable, lejos del calor sofocante de Boston. El vidrio me protege, me aisla y ya me separa de esta hermosa ciudad. Y la foto tiene un tono ligeramente azulado.
Al poco, embarco, me tomo la pastilla del vértigo y la de dormir. Me siento, como lo que me dan, e intento dormir.
Cuando son las 2 de la madrugada, que son las 8 de la mañana, aterrizamos en Amsterdam. Dos nuevos controles: el primero, me dice Buenos días, en español, y gracias. El segundo, me obliga no sólo a poner el laptop en una bandeja diferente, sino incluso a abrirlo. Bueno, no pasa nada. Me dan mis pertenencias y entro por fin en zona Euro. Ya no hay controles. Tomo el avión a Madrid.
Desde el aire, en cuanto cruzas los Pirineos, se ve todo tan seco y triste. Es mi país.
Llego a Madrid. Entro en el Metro, y sonrío. Luego, duermo.
Fin.